lunes, 6 de marzo de 2017

Frutero. Una piedra en el ojo del alma | Descarga gratuita

Enlaza a la descarga gratuita en formato PDF de la primera novela de Celio Torrejón Frutero.Una piedra en el ojo del alma. 

Link: www.mediafire.com/file/3h7q6hkb7g0w3pk/Frutero+Una+piedra+en+el+ojo+del+alma.pdf

Primera parte 'Frutero' | Fragmento

No preguntes. Imagino que me equivoqué. Lo acepto. Todo ha sido culpa mía. ¿Pero qué iba a hacer si no? Pasó por delante de mí y tuve que hacerlo. Sentí miedo y en ese momento no lo pensé y me pareció buena idea. ¿Cómo iba a predecir yo las consecuencias de todo esto? No. No lo sabía. Lo hice porque pasó sonriendo y no tuvo en cuenta que esa sonrisa la ataba a mí de algún modo. Ella tampoco pensó en las consecuencias de sus acciones. No quiero decir ahora que la culpa no sea exclusivamente mía (acepto el cien por cien de la responsabilidad) solo que si hubiera tenido en cuenta algunas cosas… Ven. Hazlo de una vez. Entra. Se adelantó bastante, así que tuve que avanzar más deprisa que ella para poder alcanzarla... ¡casi se me escapa! Ahora ya no está. Sigue entre nosotros, pero no del mismo modo. Está bien. Sí, me he equivocado, pero ya vale, ¿no? Quizás le di demasiada importancia. Hay algo en mi cabeza. El recuerdo es muy vago: el sol de las diez y media de la mañana de un día de primavera. Era marzo seguro. Pasó por delante del banco donde yo estaba sentado. No sé si la vi pasar (a lo mejor fue un sueño), lo pensé, no demasiado, si no, no lo hubiera hecho. No. No estoy loco, pero a veces me cuesta ordenar la cabeza. Creo que me levanté del banco cuando ella dobló la esquina. No tengas miedo. No has hecho nada malo. Vuelve con nosotras. Te esperamos. Hay fuego en nuestros corazones. Deja de hablar y ven. Ven. Ven. Ven. De pronto me vi de espaldas persiguiéndola. Pensé decir: “espera”. Pensé en realidad en no decirlo pero ella me leyó la mente y antes de que materializara en mi cabeza la posibilidad de que no lo dijera, supo que yo quería haber dicho “Leonor, espera”. Por eso se giró y me vio. De no haberlo hecho nunca me hubiera atrevido. No habría pasado nada. Que conste. En realidad no hice nada malo, pero se alejó de mí. Cállate ya y entra de una vez. Nos estamos convirtiendo en agua. Si ella no hubiera pasado delante de mí sonriéndome, yo todavía estaría sentado en el banco. No la estaba esperando a ella. Yo no estaba sentado casualmente esperando verla pasar.  

Segunda parte 'Alberto' | Fragmento

El aterrizaje fue complicado. Se asomó a la ventanilla para ver de nuevo la geografía de su país y puso cara de sorpresa. Sobre el paisaje presintió que algo no andaba bien: el cielo tenía una tonalidad diferente. Las estructuras de tierra, los campos, las parcelas, las poblaciones, las montañas, los latifundios, la costa, el bosque, las carreteras, los caminos. Es más grave de lo que pensaba. Turbulencias y las sacudidas. Nada que no se solucionase agarrando el apoyabrazos y pensando: hasta aquí hemos llegado. Conocimos buenos y malos momentos. La vida nos gratificó en muchas ocasiones (más de las que nos merecemos) y nos ha recompensado con etapas difíciles, momentos duros que nos fortalecieron y nos mostraron otra perspectiva del mundo, una vez más, no tanto como debería, porque en realidad, LA VIDA no hace acto de presencia demasiadas veces y nos deja actuar a nosotros mismos con cierto albedrío. En contadas ocasiones crea una coyuntura perfecta y se manifiesta aleatoriamente. Para bien y para mal. No nos podemos quejar: es divertido.
En la puerta toda la tripulación espera de pie para despedirse especialmente de él, de Alberto. Introspectivamente. En fila. Incluidas las azafatas (en cuanto al físico muy atractivas en general), que tienen la risa floja. Adiós-adiós, belleza oriental (una de las azafatas era tailandesa). El recuerdo de tu desinhibición sexual y, sobre todo, de tu sonrisa pura y verdadera me dará fuerzas allí donde voy. Un lugar que no te gustaría. Una tierra corrompida, repugnante, donde los hombres te utilizarán y las mujeres te negarán el saludo. Un lugar demasiado impuro y sucio para ti. Dicho esto, le hace una llave de judo para tumbarla teatralmente y la agarra por la cintura como un antiguo galán de cine. Ella lo esperaba y no se lo esperaba y él, no sin cierta picardía, introduce su mano peluda entre las piernas de la joven y acaricia suavemente la cara interna y superior de los muslos. Se despide formalmente de ella con un sonoro beso en la boca. Adiós, belleza oriental. Y esto lo dice mientras aprieta su boca con la mano y hace morritos. Aunque no me creas y pienses que lo digo para embaucarte, te amo, te quiero, te deseo con toda la fuerza de mi espíritu y el poder de mi concupiscencia. En este momento exacto, este amor contemporáneo será eterno y verdadero. SIEMPRE. Te amo, puedes creerme, con la sinceridad de un niño… Sé que es tu obligación complacerme, eres azafata de vuelos, pero te diré que has sido, sin duda, la mejor de las azafatas. Te has excedido en tu complacencia (ese último masaje no era necesario), me has devuelto la vida. Estaba fuera del presupuesto y eso es amor verdadero. Créeme si te digo que deseo que los dioses venturosos hagan coincidir de nuevo tu cuerpo joven y desinhibido con mi cuerpo viejo y corrompido, pero experimentado y lascivo… entonces, y solo entonces, repetiremos lo que hemos hecho hoy… mi amor… mi amada… mi amante eterna…

Tercera parte 'Leonor' | Fragmento


Nos cruzamos en el pasado una vez y mi subconsciente la fijó (la retuvo) para luego reconvertirla en otra cosa. No como si mi consciencia conociese el presente y el futuro, sino como si formase parte de algo más grande que era al mismo tiempo presente, pasado y futuro. Al terminar las clases esperaba hasta que no hubiera nadie y entraba a escondidas en el aula. Me sentaba donde se había sentado ella. Antes la había visto escribir con el bolígrafo algo sobre la mesa (a ella y a su amiga). Su amiga había hecho el gesto de hacer una felación, es decir, el gesto de coger un pene imaginario y metérselo en la boca. Las dos rompieron a reír y Leonor borró (hizo un esfuerzo para borrar) lo que habían escrito. Se chupó los dedos para llenarlos de saliva y siguió borrando. Recuerdo que comprobaba con la posición de la mano respecto a cómo recordaba que estaban sentadas cuáles de esos borrones eran de Leonor y cuáles de su amiga. Leonor X Miguel y en su lado, en la parte de la mesa que compartían: ayer me encontré al rubio, ni lo saludé. Luego ---------- gilipol---- no---- casa? y Yo pienso jugar otra vez. Luego: he quedado con Miguel. ¿Qué va--------- Una cena----- seo----- y luego....


Lo que todavía no sabía es que los niños fantaseaban con ella y se la imaginaban follando. La proyectaban en su imaginación inserta en cualquier coreografía de película pornográfica. Abierta de piernas. A cuatro patas. Algunos eran más elegantes y utilizaban películas eróticas francesas, imágenes bellas como recurso creativo (los más idealistas). Lo comprendió antes de saberlo: se dio cuenta de que ocurría algo por el modo en el que la miraban y por cómo se dirigían a ella. Percibió un miedo irracional escondido en otra cosa que era falta de respeto, dominación, un intento de privarla de su autonomía: la reducción de su entidad a un cuerpo usable para satisfacer el deseo (sexual) de poder. Entendió que sus compañeros y compañeras sabían (se corría el rumor) o creían saber que ella había hecho lo que también ellos querían hacer. Pero en ningún momento comprendió la relación entre “haber tenido en verano” relaciones sexuales consentidas y las consecuencias incomprensibles, fuera de control, que provocaban más allá del ámbito privado entre ella y él (sobre todo para ella, especialmente negativas). Eso fue antes de que Gerónimo la abofeteara en el pasillo del colegio. Antes de que la insultara delante de toda la clase, de que explicara públicamente algo que también ellos hicieron (lo suficientemente fuera de lugar) para que se sintiese humillada.  Obligada a dar una respuesta decidió abofetearle, sin saber que el miedo, la furia y la vergüenza (recordemos que esa primera bofetada ha sido pública) provocaría que el trastorno de bipolaridad del sujeto masculino se desatase por el miedo a quedar doblemente humillado. Levantó el brazo más alto que la cabeza de Leonor y lo dejó caer con fuerza con la mano abierta, sobre su cara, tan pesadamente que la tiró al suelo (recordemos el desequilibrio entre ambos golpes, el de él y el de ella, desde abajo a arriba, y comprenderemos la rotundidad de la agresión, que no era solo un impacto físico sino una sentencia moral y un castigo, una reclusión en un espacio de libertad limitado, y una amenaza) llorando al comprender que la habían marcado con la letra escarlata.