Nos cruzamos
en el pasado una vez y mi subconsciente la fijó (la retuvo) para luego
reconvertirla en otra cosa. No como si mi consciencia conociese el presente y
el futuro, sino como si formase parte de algo más grande que era al mismo tiempo
presente, pasado y futuro. Al terminar las clases esperaba hasta que no hubiera
nadie y entraba a escondidas en el aula. Me sentaba donde se había sentado
ella. Antes la había visto escribir con el bolígrafo algo sobre la mesa (a ella
y a su amiga). Su amiga había hecho el gesto de hacer una felación, es decir,
el gesto de coger un pene imaginario y metérselo en la boca. Las dos rompieron
a reír y Leonor borró (hizo un esfuerzo para borrar) lo que habían escrito. Se
chupó los dedos para llenarlos de saliva y siguió borrando. Recuerdo que
comprobaba con la posición de la mano respecto a cómo recordaba que estaban
sentadas cuáles de esos borrones eran de Leonor y cuáles de su amiga. Leonor X Miguel y en su lado, en la
parte de la mesa que compartían: ayer me
encontré al rubio, ni lo saludé. Luego ----------
gilipol---- no---- casa? y Yo pienso
jugar otra vez. Luego: he quedado con
Miguel. ¿Qué va--------- Una
cena----- seo----- y luego....
Lo que todavía no sabía
es que los niños fantaseaban con ella y se la imaginaban follando. La
proyectaban en su imaginación inserta en cualquier coreografía de película
pornográfica. Abierta de piernas. A cuatro patas. Algunos eran más elegantes y
utilizaban películas eróticas francesas, imágenes bellas como recurso creativo
(los más idealistas). Lo comprendió antes de saberlo: se dio cuenta de que
ocurría algo por el modo en el que la miraban y por cómo se dirigían a ella.
Percibió un miedo irracional escondido en otra cosa que era falta de respeto,
dominación, un intento de privarla de su autonomía: la reducción de su entidad
a un cuerpo usable para satisfacer el deseo (sexual) de poder. Entendió que sus
compañeros y compañeras sabían (se corría el rumor) o creían saber que ella
había hecho lo que también ellos querían hacer. Pero en ningún momento
comprendió la relación entre “haber tenido en verano” relaciones sexuales
consentidas y las consecuencias incomprensibles, fuera de control, que
provocaban más allá del ámbito privado entre ella y él (sobre todo para ella,
especialmente negativas). Eso fue antes de que Gerónimo la abofeteara en el
pasillo del colegio. Antes de que la insultara delante de toda la clase, de que
explicara públicamente algo que también ellos hicieron (lo suficientemente fuera
de lugar) para que se sintiese humillada.
Obligada a dar una respuesta decidió abofetearle, sin saber que el
miedo, la furia y la vergüenza (recordemos que esa primera bofetada ha sido
pública) provocaría que el trastorno de bipolaridad del sujeto masculino se
desatase por el miedo a quedar doblemente humillado. Levantó el brazo más alto
que la cabeza de Leonor y lo dejó caer con fuerza con la mano abierta, sobre su
cara, tan pesadamente que la tiró al suelo (recordemos el desequilibrio entre
ambos golpes, el de él y el de ella, desde abajo a arriba, y comprenderemos la
rotundidad de la agresión, que no era solo un impacto físico sino una sentencia
moral y un castigo, una reclusión en un espacio de libertad limitado, y una
amenaza) llorando al comprender que la habían marcado con la letra escarlata.
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