lunes, 6 de marzo de 2017

Tercera parte 'Leonor' | Fragmento


Nos cruzamos en el pasado una vez y mi subconsciente la fijó (la retuvo) para luego reconvertirla en otra cosa. No como si mi consciencia conociese el presente y el futuro, sino como si formase parte de algo más grande que era al mismo tiempo presente, pasado y futuro. Al terminar las clases esperaba hasta que no hubiera nadie y entraba a escondidas en el aula. Me sentaba donde se había sentado ella. Antes la había visto escribir con el bolígrafo algo sobre la mesa (a ella y a su amiga). Su amiga había hecho el gesto de hacer una felación, es decir, el gesto de coger un pene imaginario y metérselo en la boca. Las dos rompieron a reír y Leonor borró (hizo un esfuerzo para borrar) lo que habían escrito. Se chupó los dedos para llenarlos de saliva y siguió borrando. Recuerdo que comprobaba con la posición de la mano respecto a cómo recordaba que estaban sentadas cuáles de esos borrones eran de Leonor y cuáles de su amiga. Leonor X Miguel y en su lado, en la parte de la mesa que compartían: ayer me encontré al rubio, ni lo saludé. Luego ---------- gilipol---- no---- casa? y Yo pienso jugar otra vez. Luego: he quedado con Miguel. ¿Qué va--------- Una cena----- seo----- y luego....


Lo que todavía no sabía es que los niños fantaseaban con ella y se la imaginaban follando. La proyectaban en su imaginación inserta en cualquier coreografía de película pornográfica. Abierta de piernas. A cuatro patas. Algunos eran más elegantes y utilizaban películas eróticas francesas, imágenes bellas como recurso creativo (los más idealistas). Lo comprendió antes de saberlo: se dio cuenta de que ocurría algo por el modo en el que la miraban y por cómo se dirigían a ella. Percibió un miedo irracional escondido en otra cosa que era falta de respeto, dominación, un intento de privarla de su autonomía: la reducción de su entidad a un cuerpo usable para satisfacer el deseo (sexual) de poder. Entendió que sus compañeros y compañeras sabían (se corría el rumor) o creían saber que ella había hecho lo que también ellos querían hacer. Pero en ningún momento comprendió la relación entre “haber tenido en verano” relaciones sexuales consentidas y las consecuencias incomprensibles, fuera de control, que provocaban más allá del ámbito privado entre ella y él (sobre todo para ella, especialmente negativas). Eso fue antes de que Gerónimo la abofeteara en el pasillo del colegio. Antes de que la insultara delante de toda la clase, de que explicara públicamente algo que también ellos hicieron (lo suficientemente fuera de lugar) para que se sintiese humillada.  Obligada a dar una respuesta decidió abofetearle, sin saber que el miedo, la furia y la vergüenza (recordemos que esa primera bofetada ha sido pública) provocaría que el trastorno de bipolaridad del sujeto masculino se desatase por el miedo a quedar doblemente humillado. Levantó el brazo más alto que la cabeza de Leonor y lo dejó caer con fuerza con la mano abierta, sobre su cara, tan pesadamente que la tiró al suelo (recordemos el desequilibrio entre ambos golpes, el de él y el de ella, desde abajo a arriba, y comprenderemos la rotundidad de la agresión, que no era solo un impacto físico sino una sentencia moral y un castigo, una reclusión en un espacio de libertad limitado, y una amenaza) llorando al comprender que la habían marcado con la letra escarlata. 

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